domingo, 11 de enero de 2009

CUENTO DE OSVALDO BACCARO

EL CUADRO DEL GENERAL

Primer Premio
Concurso de Cuentos “Alfonsina Storni”
S.A.D.E. Seccional Marcos Juárez (Cba)
Junio 2005


La vertiginosa sucesión de los acontecimientos hicieron que la habitual timidez de Heráclio Puzzulatto se tornara en dramática confusión.
De por sí, solitario y taciturno, su pusilanimidad tornaba más conmovedora la incertidumbre a la que se había visto arrastrado por las aciagas circunstancias políticas.
Empleado administrativo de una de las tantas reparticiones estatales, a pesar de los muchos años de servicio no había logrado salir de la baja categoría en la que había ingresado.
Siempre había sido anti-peronista. Así lo mandaba una larga tradición familiar, que desde 1943, había mostrado un marcado rechazo a la carismática figura del líder de los trabajadores.
No obstante; incapaz de manifestar su postura política, con esa mansa pasividad de los que nunca se definen, toleraba trabajar debajo de un enorme cuadro en el que el General, montado en su caballo pinto, mostraba su apuesta estampa.
Ya próximo a jubilarse, Heráclio era el único de la oficina que no había sacado la libreta peronista, ni había participado de los actos de homenaje cuando murió Evita, ni había asistido a las concentraciones decretadas por la C.G.T. en apoyo al Presidente, cuando su renuncia.
En setiembre del cincuenta y cinco lo sorprendió la Revolución Libertadora que, encabezada por el Gral. Lonardi, derrocó a Perón, y tras los varios días del obligado receso impuesto por las acciones bélicas, Heráclio retornó al trabajo con aquella puntualidad de la que siempre hacía gala ya que solterón y sin familia, el empleo era la única razón de sus desvelos.
Como siempre fue el primero en llegar a la oficina y naturalmente el primero en ver tirado en el
suelo el cuadro del General.
Dominado por un terror compulsivo pensó que lo culparían de haberlo descolgado y que ello disgustaría a sus superiores con los consiguientes dolores de cabeza que ello le acarrearía.
Tomó entonces la ecuestre efigie del líder y subiéndose a una silla, la volvió a su sitio,
En ese preciso instante entraban al recinto los interventores recientemente designados por el Gobierno que acababa de asumir.
De allí en más, Heráclio Puzzulatto comenzó a deambular con el diario bajo el brazo recorriendo las direcciones indicadas en los avisos clasificados que ofrecían empleo.
Al único que no lo era, lo echaron por serlo.

Osvaldo Baccaro

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