miércoles, 3 de noviembre de 2010

Crónica de una pasión (Cuento)

Había una vez un grupo de representantes del pueblo que se reunían una vez a la semana para debatir cuestiones de interés comunitario. Se hacían llamar Honorables Parlantes; HP les decía la gente común. No se trataba de una Peña futbolera; se abogaban en todo caso el poder decidir hábitos de funcionamiento cotidiano de la comunidad que representaban.
Una noche, después de discutir acaloradamente sobre la conveniencia o no de declarar de interés público la “Fiesta del Panqueque”, iniciaron su sesión ordinaria para tratar la Agenda local de Interés colectivo. Para ello todos habían cumplido con la tarea fijada a priori de oír y ver los noticieros de la televisión que son los que marcan la realidad y las necesidades de la gente.
Pidió la palabra el representante del Partido Intermitente quien manifestó haber estado 2064 minutos frente al televisor. Detalló los canales y programas que observó, dio detalles de los titulares y conductores que lo conmocionaron y de inmediato afirmó con énfasis: ¡La inseguridad es tremenda!: Se rompió un ascensor de un edificio, asesinaron al mismo ciudadano nueve veces con el mismo revólver y asaltaron a la salida de un Banco a una joven en 34 oportunidades. Todos avalaron con gestos de cabeza inclinada y fisonomías redobladas las palabras del representante del Partido Intermitente.
En las gradas que corresponden a los vecinos que asisten a las sesiones había una sola ciudadana con una carpeta para entregar a los representantes del pueblo. Llevaba un detalle de las necesidades de su barrio, Villa Olvidada: Cuarenta y dos viviendas sin cloacas, dieciocho calles intransitables, once familias sin cobertura de salud, 9 familias sin agua corriente, una placita sin juegos y tapada de yuyos, falta de leche para un comedor por un desvío inesperado y no aclarado.
La señora aguardó cinco horas escuchando el debate de los HP sobre la colocación de cámaras de seguridad y monitoreo general, la implantación de un mangrullo en cada barrio con su correspondiente personal y partida presupuestaria en la cual se incluía la compra de un catalejo de última generación para “vigilar sobre todo a los menores”, la necesidad de reformar las leyes para dar garantías y libertades a los allanamientos policiales por zonas, comenzando siempre por los barrios periféricos, la dotación de móviles, combustibles y pizzas al personal policial y la prohibición de robar 34 veces a la misma persona, como estaba probado que sucedía, según las imágenes contundentes de los noticieros.
Los Honorables Parlantes aprobaron por unanimidad y con discursos apasionados la Agenda local de interés colectivo. Terminada la sesión, uno de ellos agradeció la presencia de una ciudadana en las gradas y le recibió la carpeta que de inmediato pasó a la Comisión de Estudios para su evaluación.
Como era un poco tarde y algunos estaban pasados de acidez por el recurrente café de la noche , decidieron en pasillos ir a tomar algo al único lugar abierto a esa hora: un rudimentario club nocturno habilitado con el rótulo de Whisquería. Allí seguirían dialogando sobre la inseguridad y se repartirían las invitaciones especiales que los organizadores de la Fiesta del Panqueque destinan a los funcionarios; la pausa, la relajación necesaria después del arduo trabajo, sería acompañada por un whisky con hielo servido por una amable señorita de acento centroamericano.

La ciudadana de Villa Olvidada llegó de madrugada a su casa, se preparó unos mates y miró el reloj: Dos horas para dormir pues tempranito la esperaba una jornada de baldes, mangueras y trapo de piso en una casa del centro.


Elvio Zanazzi

martes, 2 de noviembre de 2010

MANUAL DE MAYORÍAS

Espectáculo de Narración Oral que cuenta la historia de cinco amigos, sus alegrías y tristezas, la vida simple y contratiempos. Humor, nostalgia, sinsabores.. Condimentos que reúnen una historia a través de distintos relatos.Lo estoy estrenando en mi ciudad, Ramallo, en un restaurante precioso frente al río Paraná que se llama Terraza del Sol. Sus propietarios han tenido la gentileza y el desvarío de facilitarme semejante lugar para contar una historia. Lo haré el domingo 5 de Diciembre, a las 20 Hs. y quienes quieran ir reservando unos lugarcitos pueden hacerlo con tiempo, y con quince pesos cada uno. Trataré de devolvérselos con el mayor prefesionalismo posible; eso sí, la pasión está garantizada. Los espero. Un abrazo

Elvio Zanazzi
Tel 03407-15416905
elvioza@yahoo.com

lunes, 1 de noviembre de 2010

ESTORNUDO


Uno a veces anda así, de resfrío en resfrío. Se levanta temprano porque se despierta quince minutos antes que suene el reloj -maña de cuarentón-. Agarra el cepillo de dientes y estornuda y reniega porque la primavera ha traído vaivenes de soles y nublados. Uno va a la cocina, prepara el mate y piensa que tal vez el censista de la década llegará en un rato. Hay parte de responsabilidad cívica y dosis de ansiedad crónica. Mate rápido para fumar, ordenar la mesa del despelote diario y esperar. Mientras tanto uno agarra planillas y cree ganar tiempo completando un trabajo pendiente. Si el o la censista llega se interrumpirá la tarea y se continuará luego; no hay apuro. Otro estornudo. Uno procura amortiguar con las manos el sonido de la espiración repentina, menguar el ruido para no incomodar el sueño de su compañera, que viene de cansancio en cansancio. Pasa una hora y entre mates, cigarrillo, estornudo y planillas uno no ha encendido la radio ni la tele. Se asoma a la vereda y vé la calle semi desierta, señal de compromiso ciudadano, piensa. Vuelve y la compañera se ha levantado. Entonces uno va al baño, manía orgánica de cuarentón, lleva el diario del domingo anterior que lee incompleto y en cuotas. Estornuda dos veces y escucha la exclamación de la compañera, que ha recompuesto el mate y encendido la televisión. Murió Kirchner dijo, entre agitada y sorprendida. Lo que siguió fue una estampida de cambios intermitentes forzando el control remoto hasta anclarse en canal siete. Uno estornuda y vuelve a mirar la noticia y llora y la censista llega, escribe y se va, y el resfrío parece haberse ido con el censo, pero el llanto cerró la puerta y se quedó en la casa.
Y a seis días de aquella muerte grande pienso que alguna vez uno estornudó de llanto porque los genocidas tomaban sol en las playas vedadas a los pobres y hacían los mandados mezclados con mi abuela y con mi tía. Y uno vio de pronto a un presidente elegido por el pueblo que mandó a parar, como dice la canción. Uno vio cómo hizo bajar los cuadros de los dictadores asesinos y eliminó las leyes de impunidad para que mi tía y mi abuela pudieran comprar el pan sin tener que encontrarse con los que mataban a sus sobrinos y desaparecían a sus nietos.
Pienso que uno estornudó una vez y no creyó, cansado de creer en un relato de ficción escrito por los que ganaban siempre. Y ahora estornudo de voluntad, de cansancio cuarentón, ce compromiso moral. Hay quienes estornudan de hiprocrecía y tienen preparada la cicuta en comprimidos diarios. Yo tengo por si acaso guardado un estornudo comunitario para aventar de una sola y brusca soplida a quienes se les ocurra intentar una vez más echarle freno al remolino. Con tristeza va el estornudo porque la pena se ha instalado en la casa, en la mirada llorosa de mi padre, sale a repartir soda con uno, va hasta la esquina y vuelve y hasta lo mira a uno la pena, poniendo también cara de pena, y lo acompaña un rato, hasta que uno estornuda y se corre asustada.

Elvio Zanazzi