jueves, 9 de abril de 2009

Sirva otra vuelta


Pedrito Di Sarli montó a caballo y se fue a Castro, pueblo ligeramente vecino. Vestido como siempre, de bombacha criolla, pañuelo al cuello y un importante sombrero gauchesco, entró al boliche con gesto adusto y mirada de "acá va a pasar algo". Saludó respetuoso y respetuosamente fue saludado; unos cuantos hombres jugaban a los naipes y bebían tranquilos. El silencio predominaba allí, sólo un leve murmullo surgía de cada mesa. El bar era un arquetipo característico de la pampa bonaerense en los años sesenta: piso más bajo que la vereda, mostrador largo de buena madera, dividido con un lavador de copas de inmaculado acero, y a su mando, el dueño de la casa, hombre formal, usador de palabras necesarias para conducir ese recinto con iguales proporciones de gentileza y sujeción al orden. 
Pedrito buscó una silla libre y apenas arribado al asiento soltó en voz fuerte la frase que desperezó la mirada del bolichero: ¡Sirva una vuelta para todos, antes que se arme el despelote! Algunos parroquianos se dieron vuelta sorprendidos, otros hicieron gestos de agradecimiento por la invitación. El dueño de casa frunció el ceño, comenzó a servir las copas mirando de soslayo al recién llegado. Minutos después Pedrito Di Sarli arremetió de vuelta con la misma frase aunque subiendo el tono del mandato. El bolichero, hombre paciente para esos asuntos, reiteró la ceremonia de ginebras, cañas y vinos ásperos y le clavó dos ojos brillosos por largo rato a Pedrito, que distraído, prefería mirar a un espacio perdido entre las telas de araña del cielorraso.
La tercer embestida, frase idéntica, voz de matón aflautada por el origen gringo, provocó que el bolichero cruzara del mostrador a la pequeña sala sin levantar la tapa del soporte; se agachó de un envión y en un segundo y media estaba enfrentado cara a cara con Pedrito. Escúcheme… -le dijo con voz contenida y puño apretado- ¿Por qué pide a gritos cosas que puede pedir sin alardear? Aquí estamos todos tranquilos…¿qué despelote se va armar?
Y sin vacilar Pedrito Di Sarli respondió: “el despelote que se va a armar cuando quiera cobrarme, porque yo plata, no tengo”.
Eran las seis de la tarde, y como una flecha pampera, Pedrito montó a caballo en forma compulsiva y desprolija, de aire, por efecto del puntín que le propinó el bolichero cuando soltó su mano del ancho cuello de la camisa del vociferador visitante.-

Elvio Zanazzi

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