jueves, 3 de julio de 2008


MALOMAL

Bien por los pueblos que viajan en sus trenes y sus barcos,
bien para el pueblo que cuida sus almendros
y los jardines que salpican la ciudad y cada villa.
Malomal para el pueblo si su tren y su barco viajan sin rumbo,
malomal para los pueblos sin gaviotas ni jardines.

Bien por el pueblo que enciende la luz propia
y la lleva hasta los últimos rincones para dejarla caer
sobre la fantasía de un cuento
y en las calles interminables de lo que hay que saber.

Malomal para el pueblo que no es dueño de la chispa,
el agua y la sal que su pan diario reclama.

Bien por el pueblo que embarca los retoños de su trabajo y
los dirige hacia donde el Hombre más los necesita;
bien por el pueblo que moja esos retoños con el sudor de su lámpara
y los multiplica hasta que la miseria huye en estampida
con su malacara hecha pedazos.

Malomal para los pueblos que ponen los retoños de su trabajo a los pies de la banca
o de la bolsa de comercio,
dueños de nada aunque les hagan creer que son dueños de la vida
mientras sus hijos caen de tifus, tuberculosis, malaria, hambre, ignorancia
y la miseria es reina y señora, bastarda bien mandada, legítima, por fin, en todas las ventanillas de la burocracia.
Bien por los pueblos que veneran a los más altos en bondad y sabiduría,
bien por el pueblo que hace suyas estas virtudes sin necesidad de expropiarlas
y las calienta y las acuna hasta el infinito.
Malomal para los pueblos que no expropian el carbón, el petróleo, las imprentas,
los puertos, la electricidad, el acero, el trigo, las fábricas,
los ríos, el viento y la música.
Malomal para los pueblos que no expulsan de sus fronteras de amor
a los señoritos de galera que a punta de bastón nos indican donde debemos morir sin sollozar por los harapos de nuestro palpitar y el palpitar ajeno.
Bien por los pueblos que expulsan lo infértil, lo egoísta,
al señorito de galera y bastón con su cultura de fusil
apuntando al corazón de la calle o al cuello de las esquinas,
su cultura de aerosoles falsos para conquistar hombres y muchachas,
su cultura del plato de lentejas: la civilización del cercomóvil, último modelo sobre cuatro ruedas y rejas invisibles tripulado por hombres y mujeres huecos.
Malomal para los pueblos que aceptan esas dictaduras más o menos encubiertas,
más o menos digeribles, totalmente inflexibles en su corrupción y el desatino.

Bien por los pueblos que hacen del amanecer un canto, una danza de la tarde
y un manifiesto de la noche
donde la paleta del universo y el pincel del Hombre rescatan la tibieza del fuego.
Mal por los pueblos que son número a la mañana, un cheque a la tarde y un depósito vacío a la noche.

Bien por mi amigo, el que primero dio su sangre por los otros,
hombre o animal, hembra o macho –nadie lo sabe- sin nombre ni apellido,
que no importa, pero sin duda el primer jardinero de la vida.

Bien por mi caballo que ha quedado solitario,
viviendo como puede en la llanura de la pampa esperando mi regreso,
este regreso de vivir como se puede para cruzar, juntos los dos,
de un galope el polvo de mi tierra.
Bien por mi caballo,
malomal para mí si no aguanto en mi diestra la bandera de tormenta;
malomal para nuestros enemigos si creen que mi gente les dará tregua en la tormenta.
Confiscaremos su equipaje donde no hay ni un tibio rezo,
ni una triste y miserable carta al panadero, ni el color de una travesura,
ni espigas de trigo o de lavanda;
ni memorias de la lluvia de septiembre.
Confiscaremos su equipaje: calaveras, látigos, tortura,
cenizas de hombres y de libros, traición, olvidos,
escrituras de casas y terrenos de campos y de fábricas;
galones de uniforme, claro está, medallas que premian la obsecuencia;
pecados que en América Latina y en cualquier parte del mundo
los pueblos cobran al contado, y que yo sepa, amigos míos,
no hay magisterio de perdón para tanta oscuridad,
sucursal directa aquí, en la tierra, del mismo infierno.

Malomal para nosotros, amigos míos,
si nuestra bandera de trigales y lavanda, de brevas y de leche
no flamea en un escándalo de luz armado hasta los dientes
con lo más duro y vivo del ocaso.

LEONARDO CASTILLO (Un Pueblo sin medallas)

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