jueves, 26 de junio de 2008

POESÍA DE LEONARDO CASTILLO


ESPADA EN ROCÍO


Hemos recortado en la hierba
una espada en rocío y la empuñamos para salvarnos
con la forja del alba.
Tú sabes que estamos condenados a ver el nacimiento
de pequeñas imágenes oscuras y empujarlas
hasta formar pasaje en el tren de los cerezos.

Hemos remontado los caminos tomando a los niños,
alzando en nuestros brazos sus racimos secos
para que los traspasase la luz,
para que nadie diga mañana que no lo sabía.

No quisimos contemplar la respiración de la furia,
pero nos impusieron su latigazo y comprendimos que alguien
pagará la restauración del hombre;
este hombre deshecho, dilapidado,
futuro germen de los museos del amor.

Nos aferramos a las pequeñas verdades
rechazando la altura que no nos pertenece,
por eso nos caminan los hombres con la sencillez
de quien transita por su selva.
Por ellos abrimos las venas,
derramamos la vitalidad de los cedros sin pensar
que se terminaban los montes,
los refugios que nos protegían.
Sólo nos reservábamos el derecho
de nuestra propia muerte,
y es cosa de hombres que así sea.

El hijo que no tuvimos sabe
por qué andamos siempre como despidiéndonos,
y él sabe por qué alguna carta se ha escrito
como si fuese la última.
Él sabe de los aullidos en cualquier parte de la noche,
sabe de nuestras escrituras en las paredes, paredes remotas
que han gastado nuestras uñas.
El hijo que no tuvimos sabe de los heridos porque sí,
mientras la lluvia se cuela por los agujeros de la piel
y las hormigas aguardan el momento del hambre,
el momento de empezar su pesada y fina tarea.
Él sabe, solo solitario,
habitante mío desde la estrella más dura,
que nada de esto ha sido fácil.
Y yo sé que él,
solo solitario,
me espera en lo agrandado de mi miedo
con sus eternas preguntas de niño.

LEONARDO CASTILLO

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