martes, 13 de diciembre de 2011

ORACIÓN PARA EL HOMBREADOR DE BOLSAS

Érase que fue un caballero de capa y espalda.
Se deshacía en los galpones
estibando las cosechas y las borracheras.
Érase que fue un caballero de capa y espalda
redondeando en sus hombros toneladas de trigo nuevo.
Solía brillar al sol como un poste ensangrentado
y de aquel sudor
podían beber los caballos del mundo.

Andaba de alpargata abierta en el empeine
y se embanderaba la cabeza con gorras azules,
siempre viejas.
Era fuerte como el que ha crecido enseñado por el viento,
la cintura hecha con mimbre del arroyo,
pariente cercano del atraso en el salario.
No creía en el voto,
ni en dios,
ni nunca terminó de conocer la propia ternura
de sus huesos.
Con el vino se marchaba
dejando un apodo vivo y corcoveante.
De largo pasaron por la puerta de su rancho
Gaspar, Melchor y Baltasar llevando para otros
oficios y centellas de juguete, por eso,
nadie como él,
insultó tan de cerca el reparto en lo terrestre.
Érase que fue un caballero
de capa y espalda,
alto y ancho como un puente,
y como a un puente nunca bendecido
alguien lo cruzó a contrapunta de la historia.
Alguien aprendió a robarle.
Alguien,
sin meter la mano en sus bolsillos.
Alguien:
el dueño de las sombras y las puertas.
Lo retorcieron como a un trapo,
le sacaron el jugo y los colores
y finalmente lo tendieron en la hierba
para que lo tragara el aire.

De aquel caballero,
nuestro caballero de hazañas y de asombro,
ya no queda nada,
apenas una sombra girando inútilmente
los días y los años;
sólo un charco de sudor,
un espejo donde a veces
vienen a beber todas las fatigas del mundo.

Sus amigos aún lo ven cayendo de la estiba.
La espalda rota,
la capa saliendo por los ojos
con su escarcha roja. Y nada más.

La sociedad, nuestra forma tediosa de reunirnos,
tan occidental como cualquiera,
tampoco en este caso ha dicho nada;
pero le cuestiona el vino,
el coraje,
su mirada dura en esa muerte
y aquellas gorras azules, siempre viejas.


LEONARDO CASTILLO
15 de diciembre de 2006-2011
5º Aniversario

2 comentarios:

Nolberto Malacalza dijo...

Excelente, sobre todo el final. Y que tomen nota los defensores a ultranza del metro y de la rima, o sus detractores, gusanitos que buscamos algo que se parezca a la rima para sacarlo. Hay que aceptar el contenido, buena gente.

Anónimo dijo...

La cúpula radiante que el negro pensó siempre a punto de apagarse, desde aquel "equívoco" del corazón" sígue brillando en estos montes. Lugar confortable donde secarse, y tomar algo.
Allí, él mismo sabe volver, siempre en cueros, aunque ande por el barrio aquel.