lunes, 1 de noviembre de 2010

ESTORNUDO


Uno a veces anda así, de resfrío en resfrío. Se levanta temprano porque se despierta quince minutos antes que suene el reloj -maña de cuarentón-. Agarra el cepillo de dientes y estornuda y reniega porque la primavera ha traído vaivenes de soles y nublados. Uno va a la cocina, prepara el mate y piensa que tal vez el censista de la década llegará en un rato. Hay parte de responsabilidad cívica y dosis de ansiedad crónica. Mate rápido para fumar, ordenar la mesa del despelote diario y esperar. Mientras tanto uno agarra planillas y cree ganar tiempo completando un trabajo pendiente. Si el o la censista llega se interrumpirá la tarea y se continuará luego; no hay apuro. Otro estornudo. Uno procura amortiguar con las manos el sonido de la espiración repentina, menguar el ruido para no incomodar el sueño de su compañera, que viene de cansancio en cansancio. Pasa una hora y entre mates, cigarrillo, estornudo y planillas uno no ha encendido la radio ni la tele. Se asoma a la vereda y vé la calle semi desierta, señal de compromiso ciudadano, piensa. Vuelve y la compañera se ha levantado. Entonces uno va al baño, manía orgánica de cuarentón, lleva el diario del domingo anterior que lee incompleto y en cuotas. Estornuda dos veces y escucha la exclamación de la compañera, que ha recompuesto el mate y encendido la televisión. Murió Kirchner dijo, entre agitada y sorprendida. Lo que siguió fue una estampida de cambios intermitentes forzando el control remoto hasta anclarse en canal siete. Uno estornuda y vuelve a mirar la noticia y llora y la censista llega, escribe y se va, y el resfrío parece haberse ido con el censo, pero el llanto cerró la puerta y se quedó en la casa.
Y a seis días de aquella muerte grande pienso que alguna vez uno estornudó de llanto porque los genocidas tomaban sol en las playas vedadas a los pobres y hacían los mandados mezclados con mi abuela y con mi tía. Y uno vio de pronto a un presidente elegido por el pueblo que mandó a parar, como dice la canción. Uno vio cómo hizo bajar los cuadros de los dictadores asesinos y eliminó las leyes de impunidad para que mi tía y mi abuela pudieran comprar el pan sin tener que encontrarse con los que mataban a sus sobrinos y desaparecían a sus nietos.
Pienso que uno estornudó una vez y no creyó, cansado de creer en un relato de ficción escrito por los que ganaban siempre. Y ahora estornudo de voluntad, de cansancio cuarentón, ce compromiso moral. Hay quienes estornudan de hiprocrecía y tienen preparada la cicuta en comprimidos diarios. Yo tengo por si acaso guardado un estornudo comunitario para aventar de una sola y brusca soplida a quienes se les ocurra intentar una vez más echarle freno al remolino. Con tristeza va el estornudo porque la pena se ha instalado en la casa, en la mirada llorosa de mi padre, sale a repartir soda con uno, va hasta la esquina y vuelve y hasta lo mira a uno la pena, poniendo también cara de pena, y lo acompaña un rato, hasta que uno estornuda y se corre asustada.

Elvio Zanazzi

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