martes, 24 de agosto de 2010

EL PAÍS DE LAS PALABRAS QUE SE LLEVA EL VIENTO

Aquel “Subsuelo de la Patria sublevado” del que magistralmente escribiera Scalabrini parece haber sido reemplazado por un yacimiento de palabras que no se condicen con la actuación de los que las emiten. Subyace en el ámbito cotidiano un país que frena, desgasta, socava, asfixia y enoja el quehacer diario. Se trata de un estado permanente que no es necesariamente el ámbito de “los políticos”, como gusta decir a la Derecha; es el país de los chantas, de los que dan una palabra y no la cumplen, que tiene su raíz en los pequeños acontecimientos del día. Ejemplos hay muchos pero voy a referirme a situaciones personales que bien pudieren trasladarse a cualquiera vecina/o porque abundan y permanecen. Cuando yo era por ejemplo, Director de Cultura o Gerente del bingo sufría menos que ahora esa falta de palabra; tal vez porque me veían en una posición de “poder”, digamos. Pero ahora que trabajo de sodero y ando en una camioneta modelo 65, quizás, supongan los interlocutores más actuales, que puedan abogarse el derecho de prolongar eternamente respuestas, compromisos adquiridos y dosis mínimas de respeto social. Cuando escribo en términos personales no entienda quien lea que intento victimizarme; por el contrario: el trabajo dignifica; y en la calle y con los vecinos se aprende y se crece. Doy ejemplos personales convencido que situaciones así le suceden a la mayoría de los ciudadanos. En el ámbito de mi trabajo me he entrevistado, personalmente y por teléfono con una decena de personas (para no exagerar cantidad) a las que abordé por diversas circunstancias. En un alto porcentaje (para no volver a exagerar y parezca increíble) el verso (no poético sino del otro), el “Te llamo mañana”, “Hoy lo resolvemos”, “Quedate tranquilo” ha sido el irrespetuoso común denominador de las respuestas que nunca llegan. Uno se queda esperando, como un boludo, así, mirando el teléfono que nunca suena, el correo que nunca te escribieron, la respuesta que navega en el mar de las chantadas. Hay un país de las palabras que se lleva el viento que impide caminar a paso redoblado. En la generalidad esos habitantes del desprecio por el valor de la palabra son los primeros en echarle la culpa a los políticos, o en acercarse a ellos por lo bajo para pedirles favores, para luego vociferar en las peñas amistosas o en suculentos almuerzos familiares, la indignación que les generan los dirigentes de este país. Pero el país, estimados lectores, funciona o no con las actitudes de sus habitantes de carne y hueso que a diario ejercen el derecho y el deber de poner en marcha el pequeño motor de las cosas sencillas. Y en general a ese motor lo encienden muchos tipos que tienen la chispa confundida: se redimen laboriosos y atareados y con esa excusa te mandan al olvido.

Elvio Zanazzi

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