martes, 20 de julio de 2010

José Saramago: Gracias maestro




Garúa... tristeza...
¡Hasta el cielo se ha puesto a llorar!
Enrique Cadícamo

Il Osservatore Romano dice de Saramago que mantenía una desestabilizadora banalización de lo sacro para mantenerse en un materialismo libertario que se fue radicalizando en el transcurso de los años.
“Se olvidó de un Dios en quien nunca creyó”.

Estas declaraciones fueron publicadas el día posterior a la muerte de José Saramago por la voz del Vaticano, mientras los restos del Poeta llegaban a su Portugal. Una vez más la iglesia inquisidora reafirma su concepto espiritual respecto de las personas que cuestionan o interpretan de otra manera a un evangelio tan manipulado según las necesidades del poder. Cuestiona al Poeta que sí creía en un Dios que bien pudo haber sido su abuelo de Azhinaga, aquel al que encontró José un día abrazando a los árboles, llorando, despidiéndose, porque se le venía la muerte y ya no los iba a volver a ver. No ha tenido el Vaticano palabras tan duras para con los invasores de pueblos. No se le ocurrió al Papa sentarse en la plaza de Bagdad antes que llegaran los ataques terroristas norteamericanos con misiles que mataron familias enteras. Tampoco puso el grito en el cielo en los Balcanes, ni en el depredado suelo afgano invadido por la guerra “santa” de Estados Unidos. Le pega al Poeta, después de muerto. Parece un canon de los canallas agarrársela con los muertos. Ejemplos cercanos tenemos en Ramallo con un ex intendente de facto ofendiendo la memoria del poeta Leonardo Castillo. Parece que la poesía y la coherencia incomodan al sistema, desestabilizan la propiedad privada, atemorizan a los que callan y otorgan. Saramago puso el dedo en la llaga a través de su obra. Planteó la hipocresía y al individualismo como lo que son: lacras humanas. En Ensayo sobre la ceguera, el libro de él que más me ha conmovido, describe con crudeza la miseria de la que somos capaces. Más allá de la ficción literaria hay eslabones que unen sus letras a la realidad del mundo, cercano, lejano, comarcal, planetario. Cuando se mueren hombres o mujeres como Saramago la humanidad pierde un pétalo de su ajado rosal. ¿Quién reemplaza ese brote? ¿Qué voz surge de la tierra para explicar el mundo más sencillo, sin la mentira del poder, lejano al disimulo de los que enseñan que el pecado es nacer? Pienso que levantar un altar de la memoria con Saramagos y Castillos, con Rulfos y García Lorcas, tal vez nos incite a detenernos a mirar la realidad un poquito más arriba de los árboles, arbustos enanos que ha sembrado el poder de instituciones corruptas, algunas, las más corruptas de la historia de la humanidad.
Quizás en ese altar puedan rezar los niños de Vietnam que guardan fotos de sus abuelos masacrados, los hijos y los nietos recuperados de treinta mil desaparecidos en la Argentina, los descendientes que quedaron de los pueblos originarios arrasados por los conquistadores con el aval de la cruz.
El Poeta, por gracia, nos ha dejado su obra, su testimonio viviente, tan tierno como los abuelos que lo criaron, esos dioses de carne y hueso, pastores y criadores de cerdo. Aquí sus laicos cantamos Garúa.

Elvio Zanazzi

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