lunes, 24 de junio de 2013

GARDEL


No me vengan con eso de que hubo un Medellín y un avión que no tuvo conciencia de lo que estaba por hacer… Ridículo aparato enviado por el dios envidioso de los desafinadores. Que existió un 24 de junio del treinta y cinco será un dato cierto del mundano racional, del callejeo maquinal del diario vivir. Pero en Medellín, no; allí sólo hubo fuegos y chispas porque el cantor estaba calentando la gola y los guitarreros habían empezado a templar las violas. Sus ojos se cerraron, eso sí, porque es derecho de los muertos que así sea. Pero su voz, mamá, su voz saltó de un fuelle hacia la superficie del humo, miró tristona a la muerte agazapada y voló hacia Cali; calladita se vino a Buenos Aires, se fumó un pucho amargo, se calzó el funyi y se guardó un tiempito en un barsucho de Almagro por respeto a los millones de dolientes. Pero a la cuarta semana de ginebras, se calentó, le sacó mentiras a las penas y paradita en un cajón de hesperidina soltó palabras que hicieron dar vuelta el obelisco. Y desde entonces y como es sabido anda habitando la tierra con su silencio en las noches calmas, y el dios de los desafinadores purga su llanto eterno en el infierno del olvido.

Elvio Zanazzi
24 de junio de 2013

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