jueves, 18 de marzo de 2010

Argamasa (quinta parte)


En una de aquellas salidas Lin despertó un marcado interés por el arte, la pintura en particular. Una tarde se escabulló entre la muchedumbre para sumergirse en la plaza de los mercaderes. Allí podía encontrarse de todo, desde baratijas de Indonesia, hasta cueros de osos de la montaña Lam, verduras frescas de la zona central y cadenas de metales brillosos falsos y verdaderos portados de contrabando desde el Hong Kong. Cubierto su rostro por una pañoleta de seda, vestida con las ropas típicas de uso popular y calzando un sombrero vulgar, la jovencita festejaba su complicidad con su nana quien había sonseguido los atuendos.
Lo cierto es que en el mercado descubrió un puesto de ventas de pinturas que la dejó paralizada: los cuadros reflejaban un realismo conmovedor; los colores eran tan auténticos que cuando Lin vio los verdes imaginó las ranas del arroyo, el negro de las noches sin luna, los rojos de un emocionante atardecer en las colinas de primavera. Quiso saber quién había pintado esas maravillas.

Elvio Zanazzi

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