lunes, 14 de septiembre de 2009

EL ESPEJO

Recuerdo la primera vez, fue una mirada involuntaria, de reojo, hacia el antiguo y gran espejo que tenía en el recibidor. En una décima de segundo, vi toda aquella gente vestida de fiesta bajo una lámpara con caireles, encendida, tres veces más grande que la que estaba en el comedor de la casa de mi madre. Lo cierto es que el espejo reflejaba el interior de otra casa y yo estaba sola sentada en el sillón mirando el televisor, y la lámpara que debía verse es pequeña y sencilla.
Varias veces intenté sorprender al espejo con una mirada furtiva. Volví a ver algo, un enorme ambiente en penumbras. Una mujer lo cruzaba dirigiéndose quizá hacia una puerta que yo no veía. Alta y delgada, joven, con el cabello recogido en un abultado rodete. Una mujer fina, elegante, vestida como hace cincuenta años atrás.
Por varios días fue inútil, el espejo reflejaba tranquila y fielmente el interior de mi casa. Por un momento dudé que hayan aparecido esas confusas imágenes. Debía ser mi frondosa imaginación explayándose en los ratos de ocio. Pero ya había dejado de ser el espejo que compramos en una casa de antigüedades hace algunos años, un mueble más de la casa, ahora era una presencia extraña.
Pasó el tiempo hasta que llegó esa tarde en la que no me sentía bien, estaba mareada, embotada por el dolor de cabeza; uno de mis frecuentes ataques de hígado. No quería ver a nadie, bajé un poco la persiana y corrí las cortinas. Busqué una postura lo más cómoda posible en el sillón y entonces el espejo entró en escena, como si fuera una gran ventana a otra habitación y a otro tiempo. La vista nublada por el dolor de cabeza no impidió que viera al hombre tenso, nervioso, vociferando un nombre que no alcancé a comprender, entonces apareció ella, se veía hermosa como la primera vez. Discutían vivamente, él amenazaba con su dedo índice y ella negaba moviendo la cabeza desesperadamente hasta que corrió hacia mí, hacia la gran boca del espejo. Atrás quedó la vaga silueta masculina en la penumbra. Hubo un disparo y ahí vi nítidamente el rostro de ella, sus ojos y su boca abiertos en el momento del impacto. Se desplomó hacia adelante, a escasos tres metros de mi sillón y de su vestido comenzó a crecer la mancha roja que ahora también en ocasiones veo sobre el piso de la entrada. A pesar de que saqué el espejo. Lamenté mucho que estallara en pedazos aquella tarde.

Mercedes Aguirre
Ramallo - Argentina

1 comentario:

Diego Jurado dijo...

Hola Elvio.
Sólo paso para saludarte. Ahora no dispongo de mucho tiempo, ya lo haré más adelante. Perdí tu página y ahora la reencuentro, mirando correos para limpiar, y ahí estaba. La puse en favoritos para seguirte leyendo.
Un abrazo.
Diego.
P.S. Curioso cuento, este, por otra parte.